La vergüenza tiene su origen en el Edén.
Adán y Eva comieron del fruto prohibido y en ese momento se le abrieron los ojos, de pronto y sintieron vergüenza por su desnudez. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse. Génesis 3:7
La vergüenza dice: «Hay algo mal en mí. Yo soy el error»
La vergüenza ataca directamente el núcleo de nuestra identidad y nos dice «no eres digno de ser aceptado». Nos incita a encubrirnos y ocultarnos.
Y al igual que en el Edén tejemos hojas de higuera para ocultar nuestra vergüenza.
La vergüenza viene generalmente por el pecado, pero también puede ser el resultado de miradas o palabras de desaprobación; de presiones por parte de padres, madres o pastores para que nos comportemos de cierta manera, y de esa forma ser aceptados en la familia o en la iglesia.
También experimentamos vergüenza por las cosas que otros nos han hecho.
Otra fuente de vergüenza son los mensajes erróneos que hemos creído.
Si nos creemos las mentiras de esta sociedad: — que tenemos que ser guapos o esbeltos o lo que sea para encajar en el grupo, podemos sentir mucha vergüenza, al pensar que no damos la talla.
Incluso las personas que sobresalen pueden vivir una vida basada en la vergüenza si sólo reciben aplausos y aprobación cuando tienen éxito.
Muchos que han perdido sus bienes materiales, sienten vergüenza al tener que vivir en otro estrato social.
La clave para escapar de la vergüenza…es conocer tu nueva identidad en Cristo.
La solución que Dios nos da para quitar la deshonra o la vergüenza es… la Gracia.
En tiempos de Jesús la cruz era lo más vergonzoso que existía, A la cruz solo iban los criminales.
Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien, por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba. Hebreos 12:2
Jesús soportó la vergüenza para que vivas libre de ella.
Jesús cargó tu vergüenza, eso es gracia.
Oremos,
Amado Padre Celestial, gracias por enviar a tu Hijo Jesucristo a cargar mi vergüenza en una cruz. Acepto tu Gracia al reconocer que no soy un error sino tu hijo amado, aceptado, perdonado y limpio.
Amén.